Les comparto el texto que escribió Horacio Maez sobre el
libro El juego de la Oca de Eduardo Pocztaruk (Alción Editora, 2017).
El
juego de la Oca es el nuevo libro de
Eduardo Pocztaruk. Libro que se construye de caminos, de tentativas que se
forman por elecciones deseosas, también de recuerdos, entonces aparecen las
casas familiares y Carmen de Areco, obviamente aparece el azar propio de los
dados, pero algo más atraviesa estos poemas, ¿será el dolor? En algunos de
estos casilleros del juego hay — en otros hubo— fuego, por lo tanto cenizas. Y
las cenizas no son sólo restos de la combustión.
El primer conjunto de
poemas titulado Brújula narra el movimiento
de un yo que busca comprender y comprenderse. “Me saco una gastada ropa / que
llevo puesta hace mil años / … / desnudo podré entenderlo mejor” dice el primer
poema de este libro. Este intento de entender nace en un cuerpo anestesiado, de
piel seca, que se contempla diciendo: “Me buscaré donde encuentre / una línea
de largada / y yo esté desnudo / mamando de otras madres / sin mochila que
llevar”. Escena, acaso, de un nuevo comienzo con el deseo de una tradición
plural formada por voces con un legado que no sea un peso que llevar porque
para quien va a emprender un largo camino un puñado de cenizas puede ser carga
suficiente sobre todo cuando solo se cuenta con un impulso del corazón para “
…jugar / una carrera nueva”.
Este impulso abre un
nuevo comienzo en la segunda parte del libro, Acto de
amor, al mostrar el recorrido de la atmósfera intimista, el cuerpo a
cuerpo, el amor como refugio y base para afrontar los obstáculos del día.
Impulso que nos recuerda que en esa intimidad intensa “surge la idea tonta / de
creer que juntos / nadamos contra la corriente”. En esta segunda parte el yo
poético sigue aprendiendo, por ejemplo, a saborear un té o aplacar el ansia,
porque aprender supone a otros que enriquecen dándole mayor complejidad a
nuestro andar para sacarnos de mares o trenes que no parecían detenerse.
La tradición de la
construcción colectiva es central en la poesía de Eduardo, ya en La voz enmascarada, su poemario anterior, está expresado en el canto murguero que se nutre,
por esencia, de lo popular y colectivo. Estos poemas no nos hablan desde una
certeza, sino que buscan completarse con las de otros. Desde ahí escribe
Pocztaruk, desde la debilidad como forma de resquebrajar la verdad,
esos intensos destellos que iluminan senderos que son tributarios del gran
camino que es el decir de muchos. Porque si existe un saber poético que dice
algo sobre la verdad quizás sea, como escribió Javier Adúriz, que “la verdad se
mueve”.
Seguramente toda
experiencia crea un decir que se forma, entre otras cosas, con una sintaxis y un
conjunto de palabras que le dan particularidad a una voz que por ser única no
deja de formar parte del coro. Particularidad que en Eduardo se encuentra en el
vértigo, en el ansia de ir
hacia delante cuestionándose pero a la vez sabiendo que hubo un recorrido que suma una voz
zigzagueante por incierta. Existe una fuerte marca de expresividad en estos
poemas que se muestra en la necesidad de dejar rastros claros de que por allí
ha pasado un trazo espeso de cortes irregulares que no busca ni el minimalismo
ni el contorno suave. Como las marcas que deja la espátula al aplicar la
pintura sobre la tela, un paso enérgico, una huella, una textura que no busca
ni lo refinado ni lo casto, como lo dice en el poema Pájaro
guardián: “ahora, si lo que buscaba encontrar / era un alma refinada
y casta / dio con la dirección equivocada”. Porque este yo que se asume
portador de, por lo menos dos pecados capitales como la avaricia y la envidia,
no busca cuidarse y se expresa en una voz que va al límite de la rotura porque
lo que tiene para decir nace claramente de un cuerpo que rozó el fuego. Ya en
el quinto poema, Tienda en llamas, de su
primer libro, En medio de la vida, las
cenizas con su olor son una carga de su nuevo camino “Jamás podré olvidarme de
ese olor / ni del llanto de mi padre cuando el fuego / en parte consumió su
bella vida” y es por eso que en el poema El juego de la
oca que le da título al libro, cuando aparece el rojo asociado al
fuego, el poema dice: “al rojo no lo quiero ver más por acá / es el color del
fuego / que va avanzando y no se detiene, / es otro incendio que me arrasa”. Es
de los restos de la combustión de donde parten estos poemas que expresan el
movimiento, el ir de una incertidumbre hacia otra que por ejemplo se enuncia
diciendo “me animan / a juegos desconocidos”. En este juego de la oca, el norte
no es una verdad, es el punto al que se camina sabiendo que no existe un único
modo de transitarlo, que desde su
comienzo hay otros con quien jugar y que perderse es también parte del juego.
En el segundo poema del libro ya aparece “la línea de largada” y
en el último, cuando ya se está jugando, el poema dice: “vuelvo a la
casilla 1”. El libro narra el movimiento entre el pasado y este presente de
comienzos porque quien enuncia se reconoce como perteneciente a la generación
del medio entre los que ya no están y los que compartimos las calles. Ahí se
sitúa Eduardo, en esa incomodidad que no conduce a una resignación entonces el
poema dice “Es extraña la pérdida / …. Porque un gran amor no se olvida / como
me gustaría hallarlo y tenerlo / … / aunque sea en mis palabras / recordarte en
un poema / cargado de fuego”, porque el fuego que brota en estos poemas pide
comprensión a la vez que reclama la compasión que todo amor necesita. Este
tercer libro no se construye en un decir fuerte pero sí en un decir que afirma, como lo hace en uno de sus versos, “Estás ahí /
cuando la noche se cierra”; afirma que hay un otro con quien andar el camino.
En este juego de la oca se busca y encuentra un bálsamo contra el dolor que es
un credo, una fe en la potencia del amor que nos hace abandonar la resignación
para vivir los nuevos comienzos con una aceptación feliz o dicho de mejor
manera en un poema del libro “y el amor hará su trabajo/ una vez más”.
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