Han pasado muchos muchos años sobre tu
ajena cabellera:
tal vez ella pertenece a la reina de un mar
de corales y de ámbar,
pero no estás aún dispuesto a embarcarte
“desnudo como los hijos de la mar”,
y la conservas con llamaradas blancas
para el viento.
Hay bosques, aguas, soles, sollozos,
alfombras de sangre que se extienden delante de
tu mirada,
y las pisadas de las mujeres levantan polvaredas
de rosas.
Hay labios con sonrisas que se ríen
con la sombra y el fuego de todos los colores.
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