llamé perro a la mía, el modo en que corría delante de mí en la
polvareda, respirando veloz y estirando su pequeño hocico ahí
adelante -- pese a que hay intervalos en que la luz se aquieta y
el aire no resiste. Abandonada en mi cuerpo, la memoria de las
casas a una cierta distancia, sus techos y chimeneas para que la
oscuridad fluya en convenciones arbitrarias. Por eso no te gusta
cuando me emborracho. Me quedo dormida en la calle, sin una
mísera sombra donde yacer y el gentío se agolpa a mirar, teme-
roso de verse defraudado.
Rosmarie Waldrop |
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