La multiplicación de los panes
La abuela contaba
que cuando
eras chico
te servía
la taza llena
y dejabas
la mitad.
Alguien le
sugirió entonces
que te
sirviera media taza
y vos
volviste a dejar
parte de lo
servido
¿Temías a
lo que pudieras
encontrar
en el fondo?
¿O te
sentías seguro
sabiendo
que algo
se puede
repartir
siempre una vez más?
En un abrir
y cerrar
Yo abría y
cerraba la mano
como quien
tiene atrapada una luciérnaga
y no puede
mirarla demasiado tiempo
porque la
dejaría escapar.
Vuelan como
chispas
desparramando
luz
hasta que
bajan y se esconden
más allá de
los aromos.
¿Te acordás
cuando salíamos a buscarlas
y las
guardábamos en frascos
para usar
como veladores?
Mamá
mientras cantaba
“los gnomos
luciérnagas llevan
para ver en
la noche el camino”
nos
obligaba a soltarlas
porque,
según ella,
brillan más
en el cielo abierto.
Pero yo no
te podía soltar.
Era de
miedo que abría y cerraba la mano
de miedo
que te olvidaras de mí
y yo, de tu
voz
que se
volviera débil, chiquita
como se
pierden de vista los que parten.
Uno quiere
estirarse para alcanzarlos
pero ellos
se alejan más y más
hasta
volverse puntitos diminutos
y nosotros
los seguimos saludando
como si el
gesto repetido
pudiera
guardar algo de su aliento.
Me miro el
puño del tamaño del corazón
¿cómo tan
pequeño pudo amarte tanto?
Quizá
tuviera una propiedad elástica
o se
dilatara con el calor, no sé
pero si
ambos medían lo mismo
tal vez no
era mi mano la que se abría y cerraba
era mi
corazón el que latía
para que no
te fueras.
Lila Ferro, Buenos Aires, Argentina.
El ambo más blanco, Ediciones del Dock, 2023.
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